San Martín, como su nombre indica, es pueblo de antiguos herreros. Así aparece citado en escritos de hace setecientos años. Todavía a mediados del siglo pasado se explotó aquí una mina de hierro en la que trabajaron treinta obreros. El mineral extraído era exportado a Holanda a través de los puertos de Bilbao y Santander.
Hoy, San Martín es una localidad agradable y tranquila. A ello contribuye el susurro constante del río Ribera, que alberga por igual inquietas truchas y llamativas piedras coloradas. Junto a uno de los molinos que tuvo el pueblo, ahora acondicionado como vivienda, puede aún verse la antigua conducción del agua.
La iglesia de San Martín es un edificio de sillería y mampostería en el que destaca el retablo mayor del siglo XVIII, un Cristo gótico del XIV y la imagen de San Roque del XVI. Las fiestas del pueblo se celebran para honrar a este santo, el 15 y el 16 de agosto. En el desvío de la carretera que conduce a San Martín y a Rebanal, a un kilómetro de distancia de este primer pueblo, se halla la ermita de San Roque, aunque sus puertas están cerradas y su interior vacío totalmente.